viernes, 10 de octubre de 2014

2-No solo la Mar es traicionera


2
No solo la Mar es traicionera

La vida, las plantas tan verdes, un pasto tan fresco, solo podía significar una cosa…AGUA. A apenas unos cien metros, tras unos verdes matorrales y un par de arboles estaba la mayor cantidad de agua que había visto. Un grito de “alguno” de ellos (pues identificarlos bajo aquellas mantas era imposible) hizo que todos levantasen la cabeza y viesen el gigantesco lago que ante ellos se postraba, como un regalo bien merecido. Los ojos eran lo único que el turbante y la túnica dejaban al descubierto, y era suficiente, el brillo en ellos mostraba todo lo que era necesario mostrar. Con ellos vieron el enorme lago, rodeado por cientos de árboles. Todos se lanzaron hacia la orilla mientras se deshacían de las copiosas prendas. 

Mientras saciaba su sed y rellenaba su odre, Thalassa notó un extraño reflejo en el agua, que solía ser un espejo fiel, comenzó a fijarse bien… Y entonces lo vio, al principio solo distinguía dos torreones de un color azul intenso, luego pudo ver las almenaras, el portón, los ladrillos…. Se había quedado muda. A Amun que al parecer también lo vio no se le atragantaron las palabras.

-No pude ser. Decidme que no estoy loco y que realmente es lo que estoy viendo-dijo con los ojos como platos
-El Castillo del Agua-consiguió vocalizar Thalassa, lo que consiguió captar la atención de todos sobre el fondo del lago
-Pero- siguió Amun- eso quiere decir que estamos en el Reino del Agua.
-Dioses, jamás creí que lo vería con mis propios ojos-musitó Nina
-Es magnífico-comenzó Chêt- es el momento de descubrir si todas las leyendas son ciertas.

Mientras, la cara de Ad formó una mueca de rabia y sin pensárselo dos veces se lanzó al agua. El chapuzón fue tan repentino que pilló a todos por sorpresa. Sin embargo al recuperar la compostura Thalassa y Chêt no dudaron en seguirlo. La persecución acabó a pocos metros, justo cuando Ad se colocó sobre el portón hundido y se dirigía a sumergirse.

-¿A dónde se suponía que ibas con tanto ímpetu sardinilla?-preguntó picaresco Chêt
-Dentro del castillo lumbreras- contestó mosqueado Ad
-¿Sabes acaso cuantos metros hay hasta el fondo?-gritó enfadada Thalassa- Si quieres que te tratemos como a alguien mayor, empieza a tener un poco de sentido común propio de la edad.
-Tu hermana tiene razón Ad, no se que se te ha pasado por la cabeza, pero tienes que aprender a tranquilizarte-dijo el mayor de los tres-además, si pretendes matarte al menos que no sea de una manera tan estúpida
-Parecéis unos padres riñendo a un hijo- dijo indignado Ad, lo que hizo que ambos se ruborizasen mínimamente
-Bueno, si bien no vamos a hacer ninguna misión suicida, si que tengo curiosidad por descubrir que esconde el castillo-dijo Chêt
-Está bien, intentemos sumergirnos un poco, a la más mínima duda de que no nos dará tiempo a subir, abortamos la misión y subimos ¿Queda claro?-ofreció Thalassa

A lo que los otros asintieron. Thalassa se dio la vuelta e indicó por señas a los de la orilla que se sumergirían unos instantes. Y la expedición dio comienzo. Los tres se sumergieron, ahora que se acercaban más pudieron ver cientos de tipos de peces zigzaguear por el castillo, entrando y saliendo de sus torreones, rodeándolo algunos como perros guardianes. Ad comenzó a elevarse al ver que no llegaría más lejos. Los otros dos se acercaban más y más, ahora podían ver el musgo en los ladrillos del inmenso catillo. Chêt se rindió a apenas dos metros del portón. Pero ella no, quería conocer lo que allí había, algo dentro del castillo la llamaba a entrar, no pudo si no adjudicárselo a una curiosidad desbordante.

Thalassa se impulsó en los bordes de la gran entrada, lanzándose hacia el interior del castillo. Ante ella se mostraba un enorme salón, llena de fauna y flora marina: Corales que alegraban la vista, peces de colores y algas variopintas daban vida a la sala, que se elevaba hasta prácticamente la superficie, con altos muros de piedra, vidrieras coloridas a sus lados. Una larga alfombra que debía pesar mucho para no flotar llevaba hasta el trono pero…. Justo ante ella una extraña bola brillaba tenuemente, ningún pez se acercaba a ella. Decidió descubrir que era y salir de allí corriendo, el oxigeno le iría justo pero valdría la pena, o eso esperaba.

Al colocarse junto a ella pudo verla mejor, era una esfera de una extraña luz dorada, era como el reflejo de una vela, sentía que quería tocarla, que deseaba tener el tacto de la esfera en sus dedos; y la tocó, tan solo un mínimo roce, la punta de su dedo tocándola fue suficiente. Todo el castillo comenzó a crujir, la bola se deshizo envolviéndola a ella, empujándola hacia atrás. Volvió  a abrir los ojos tras la acometida, pero para cuando se dio cuenta ya era tarde. 

Los portones del castillo se cerraban, nadó con todas sus fuerzas, con tanta necesidad que noto sus pulmones agrandarse, la adrenalina correr y a cada brazada le seguía otra. Nadaba al mayor ritmo que le permitían sus músculos, y más, las puertas se cerraban, pero ya estaba cerca, llegaría. Para cuando se quiso dar cuenta había nadado con tantas ganas que no había escatimado en oxigeno, notaba la angustia en sus pulmones, el temor en su corazón, las ultimas brazadas le costaban, ya no seguía el ritmo, su dedo llegó a rozar la puerta, un instante antes ahogarse.



En la superficie, Chêt y Ad llegaron hasta arriba para respirar.  Tras recuperar el aliento se dieron cuenta de que Thalassa no había salido del agua. Ambos metieron la cabeza para intentar localizarla, pero ninguno la vio. Y antes de que entendiesen que significaba eso, el castillo tembló, sus puertas comenzaron a cerrarse. Chêt apretó los dientes y comenzó a nadar directo a las fauces de la construcción. Llegó justo a tiempo, justo a tiempo para ver cómo hasta el último pez salía del castillo, pero no ella. 
A lo lejos, lejos de Thalassa, lejos de Chêt y Ad, e incluso lejos de Nina y Amun, aún en las yermas llanuras, otras dos personas sintieron temblar el castillo.



-Voy a volver a entrar a por ella-dijo Chêt levantándose de mala manera
-Chêt….-comenzó a decir su madre
-No-gritó él- no hay excusa ninguna para dejarla ahí abajo
-Han pasado muchas horas, ya es de noche, he perdido la cuenta de las veces que te has sumergido y he temido que no volvieses - comenzó entre lagrimas Nina-¿Crees acaso que no quiero salvarla? ¿Qué no deseo con todo mi corazón el haber estado ahí para si hubiese hecho falta, dar mi vida por ella? Hijo, yo también querría que nada de esto hubiese pasado, no debí haberos dejado ir, sabía que estas aguas podían ser peligrosas. Pero ella se ha ido Chêt, se ha ido y no podemos hacer nada para recuperarla, y lo que ahora intento es no perder a otro hijo.
-Lo siento madre, no te preocupes, la culpa no es tuya- dijo el hombre mientras la abrazaba

Tras arropar a su madre y asegurarse de que se había dormido al igual que el resto, Chêt comprobó la seguridad del campamento que habían hecho junto al árbol que más cobijo daba. Ad había estado mirando fijamente las aguas. Se tumbó en la lona y se quedó mirando un punto fijo en el lago hasta que el cansancio hizo que cerrase los ojos. Antes de dormirse pudo escuchar a Ad susurrar:”Se suponía que el castillo nos daría poderes, no que mataría a mi hermana”

A la mañana siguiente, lo que cabría esperar , al llegar donde la vida abundaba y crecía, era el trinar de los pájaros o los sonidos típicos de un bosque, el movimiento de las ramas con el viento, el crujir de las hojas o el correteo de algún animal salvaje. Sin embargo lo primero que Chêt escuchó aquella mañana fue a su madre:

Thalasaa!-gritó despertando al último que quedaba dormido y haciendo que se levantase como si el suelo ardiese

Cuando su vista se enfocó distinguió a su madre arrodillada en la orilla con Thalassa entre sus brazos. Corrió hacia ella al ver el color pálido de su piel, más bien corrió hacia ella aún viendo el color pálido de su piel. Corriendo hincó una rodilla  junto a ellas. Thalassa tenía los labios morados, algo hinchados, su tacto era frio, demasiado frio. Ad y Amun se habían colocado también junto a ellos.

-Está helada, rápido encended una hoguera-ordenó Nina, los otros tres corrieron a cumplir la orden sin saber muy bien por qué, quizás sus subconscientes aún tuviesen esperanza

Mientras ellos recogían todo lo necesario y e iban preparando una hoguera, Nina intentaba despertarla. La llamaba por su nombre, la zarandeaba, le pedía a gritos que volviese de dónde demonios se hubiese ido. No se atrevió a tomarle el pulso. La mano de Ad, que había dejado de correr, se apoyó en su hombro. Él la miró fijamente, con ojos cansados pero firmes, no iba a despertar y ambos lo sabían. Un último adiós salió de los labios de su hermano pequeño.



En algún lugar de alguna parte, los ecos de su nombre resonaban. Alguien la llamaba. Veía, bueno, no veía, sentía, podía sentir una corriente de algo puro, algo reconfortante y fuerte, que a diferencia de ella, seguía unido a su cuerpo. Lo siguió, se agarró a él como quien sube un precipicio con una cuerda, se zambulló en esa esencia como si se lanzase a un rio, y como un rio esa esencia la hizo fluir hasta llegar a su cuerpo.

Al principio fue como una visión, vio el lago, pero no desde fuera, lo vio a través de este, surcó la enorme laguna en un momento, como si cada gota de agua fuese un ojo, viendo toda clase de peces, rodeó el castillo y voló hacia la superficie. Lo primero que vio fue la como la cara de ilusión de Nina se transformaba en una mueca de asombro. Los ojos claros de Ad la miraban inquisitivamente. Ella simplemente se lanzó a abrazarlos, lo último que recordaba era la angustia del ahogamiento, y ahora estaba de nuevo con ellos. Mientras los tenía entre sus brazos vio que los dos hermanos seguían intentando encender una hoguera y ninguno la había visto; pero también vio otra cosa, sus brazos, estaban pálidos. El silencioso abrazo terminó, y ella tocó su piel, fría. Nina y Ad seguían mirándola atónitos. Y de repente creyó y temió comprender. Corrió a la orilla y buscó su reflejo.

 Y encontró lo que buscaba, aunque no lo que deseaba. Ante ella se postraba una chica exactamente igual que Thalassa, pero, sus ojos eran blancos, totalmente blancos, para cuando se quiso dar cuenta se veía a través del agua. Esa chica idéntica a ella, había perdido el color de piel, el rojo de sus labios ahora era de un fúnebre morado, parecía muerta. El terror la inundó. ¿Desde cuándo no tomaba aire?, no se sentía respirar, ni la necesidad de ello. Se lanzó a tomarse el pulso…..nada.

Chêt gritó su nombre mientras terminaba de encender la hoguera, se giró y vio sus caras de absoluta alegría, y contempló el fuego crepitar, tan caliente como siempre, pero de repente notó que algo perturbaba el fuego, sintió la necesidad de apagarlo, y supo que algo los había encontrado. 

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