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No
solo la Mar es traicionera
La
vida, las plantas tan verdes, un pasto tan fresco, solo podía significar una
cosa…AGUA. A apenas unos cien metros, tras
unos verdes matorrales y un par de arboles estaba la mayor cantidad de agua que
había visto. Un grito de “alguno” de ellos (pues identificarlos bajo aquellas
mantas era imposible) hizo que todos levantasen la cabeza y viesen el
gigantesco lago que ante ellos se postraba, como un regalo bien merecido. Los
ojos eran lo único que el turbante y la túnica dejaban al descubierto, y era suficiente,
el brillo en ellos mostraba todo lo que era necesario mostrar. Con ellos vieron
el enorme lago, rodeado por cientos de árboles. Todos se lanzaron hacia la
orilla mientras se deshacían de las copiosas prendas.
Mientras saciaba su sed y
rellenaba su odre, Thalassa notó un extraño reflejo en el agua, que solía ser
un espejo fiel, comenzó a fijarse bien… Y entonces lo vio, al principio solo
distinguía dos torreones de un color azul intenso, luego pudo ver las
almenaras, el portón, los ladrillos…. Se había quedado muda. A Amun que al
parecer también lo vio no se le atragantaron las palabras.
-No
pude ser. Decidme que no estoy loco y que realmente es lo que estoy viendo-dijo
con los ojos como platos
-El Castillo del Agua-consiguió vocalizar Thalassa,
lo que consiguió captar la atención de todos sobre el fondo del lago
-Pero- siguió Amun- eso quiere decir que estamos en
el Reino del Agua.
-Dioses, jamás creí que lo vería con mis propios
ojos-musitó Nina
-Es magnífico-comenzó Chêt- es el momento de
descubrir si todas las leyendas son ciertas.
Mientras, la cara de Ad formó una mueca de rabia y
sin pensárselo dos veces se lanzó al agua. El chapuzón fue tan repentino que
pilló a todos por sorpresa. Sin embargo al recuperar la compostura Thalassa y
Chêt no dudaron en seguirlo. La persecución acabó a pocos metros, justo cuando
Ad se colocó sobre el portón hundido y se dirigía a sumergirse.
-¿A
dónde se suponía que ibas con tanto ímpetu sardinilla?-preguntó picaresco Chêt
-Dentro del castillo lumbreras- contestó mosqueado
Ad
-¿Sabes
acaso cuantos metros hay hasta el fondo?-gritó enfadada Thalassa- Si quieres
que te tratemos como a alguien mayor, empieza a tener un poco de sentido común
propio de la edad.
-Tu hermana tiene razón Ad, no se que se te ha
pasado por la cabeza, pero tienes que aprender a tranquilizarte-dijo el mayor
de los tres-además, si pretendes matarte al menos que no sea de una manera tan
estúpida
-Parecéis unos padres riñendo a un hijo- dijo
indignado Ad, lo que hizo que ambos se ruborizasen mínimamente
-Bueno, si bien no vamos a hacer ninguna misión
suicida, si que tengo curiosidad por descubrir que esconde el castillo-dijo
Chêt
-Está bien, intentemos sumergirnos un poco, a la
más mínima duda de que no nos dará tiempo a subir, abortamos la misión y
subimos ¿Queda
claro?-ofreció
Thalassa
A lo que los otros asintieron. Thalassa se dio la
vuelta e indicó por señas a los de la orilla que se sumergirían unos instantes.
Y la expedición dio comienzo. Los tres se sumergieron, ahora que se acercaban
más pudieron ver cientos de tipos de peces zigzaguear por el castillo, entrando
y saliendo de sus torreones, rodeándolo algunos como perros guardianes. Ad
comenzó a elevarse al ver que no llegaría más lejos. Los otros dos se acercaban
más y más, ahora podían ver el musgo en los ladrillos del inmenso catillo. Chêt
se rindió a apenas dos metros del portón. Pero ella no, quería conocer lo que
allí había, algo dentro del castillo la llamaba a entrar, no pudo si no
adjudicárselo a una curiosidad desbordante.
Thalassa se impulsó en los bordes de la gran
entrada, lanzándose hacia el interior del castillo. Ante ella se mostraba un
enorme salón, llena de fauna y flora marina: Corales que alegraban la vista,
peces de colores y algas variopintas daban vida a la sala, que se elevaba hasta
prácticamente la superficie, con altos muros de piedra, vidrieras coloridas a
sus lados. Una larga alfombra que debía pesar mucho para no flotar llevaba
hasta el trono pero…. Justo ante ella una extraña bola brillaba tenuemente,
ningún pez se acercaba a ella. Decidió descubrir que era y salir de allí
corriendo, el oxigeno le iría justo pero valdría la pena, o eso esperaba.
Al colocarse junto a ella pudo verla mejor, era una
esfera de una extraña luz dorada, era como el reflejo de una vela, sentía que
quería tocarla, que deseaba tener el tacto de la esfera en sus dedos; y la
tocó, tan solo un mínimo roce, la punta de su dedo tocándola fue suficiente.
Todo el castillo comenzó a crujir, la bola se deshizo envolviéndola a ella, empujándola
hacia atrás. Volvió a abrir los ojos tras
la acometida, pero para cuando se dio cuenta ya era tarde.
Los portones del
castillo se cerraban, nadó con todas sus fuerzas, con tanta necesidad que noto
sus pulmones agrandarse, la adrenalina correr y a cada brazada le seguía otra.
Nadaba al mayor ritmo que le permitían sus músculos, y más, las puertas se
cerraban, pero ya estaba cerca, llegaría. Para cuando se quiso dar cuenta había
nadado con tantas ganas que no había escatimado en oxigeno, notaba la angustia
en sus pulmones, el temor en su corazón, las ultimas brazadas le costaban, ya
no seguía el ritmo, su dedo llegó a rozar la puerta, un instante antes
ahogarse.
En la superficie, Chêt y Ad llegaron hasta arriba
para respirar. Tras recuperar el aliento
se dieron cuenta de que Thalassa no había salido del agua. Ambos metieron la
cabeza para intentar localizarla, pero ninguno la vio. Y antes de que
entendiesen que significaba eso, el castillo tembló, sus puertas comenzaron a
cerrarse. Chêt apretó los dientes y comenzó a nadar directo a las fauces de la
construcción. Llegó justo a tiempo, justo a tiempo para ver cómo hasta el
último pez salía del castillo, pero no ella.
A lo lejos, lejos de Thalassa, lejos de Chêt y Ad,
e incluso lejos de Nina y Amun, aún en las yermas llanuras, otras dos personas
sintieron temblar el castillo.
-Voy a volver a entrar a por ella-dijo Chêt
levantándose de mala manera
-Chêt….-comenzó a decir su madre
-No-gritó él- no hay excusa ninguna para dejarla
ahí abajo
-Han pasado muchas horas, ya es de noche, he
perdido la cuenta de las veces que te has sumergido y he temido que no
volvieses - comenzó entre lagrimas Nina-¿Crees
acaso que no quiero salvarla?
¿Qué no deseo con todo mi corazón el haber estado ahí para si hubiese
hecho falta, dar mi vida por ella?
Hijo, yo también querría que nada de esto hubiese pasado, no debí haberos
dejado ir, sabía que estas aguas podían ser peligrosas. Pero ella se ha ido
Chêt, se ha ido y no podemos hacer nada para recuperarla, y lo que ahora
intento es no perder a otro hijo.
-Lo siento madre, no te preocupes, la culpa no es
tuya- dijo el hombre mientras la abrazaba
Tras arropar a su madre y asegurarse de que se
había dormido al igual que el resto, Chêt comprobó la seguridad del campamento
que habían hecho junto al árbol que más cobijo daba. Ad había estado mirando
fijamente las aguas. Se tumbó en la lona y se quedó mirando un punto fijo en el
lago hasta que el cansancio hizo que cerrase los ojos. Antes de dormirse pudo
escuchar a Ad susurrar:”Se suponía que el castillo nos daría poderes, no que
mataría a mi hermana”
A la mañana siguiente, lo que cabría esperar , al
llegar donde la vida abundaba y crecía, era el trinar de los pájaros o los
sonidos típicos de un bosque, el movimiento de las ramas con el viento, el
crujir de las hojas o el correteo de algún animal salvaje. Sin embargo lo
primero que Chêt escuchó aquella mañana fue a su madre:
-¡Thalasaa!-gritó despertando al
último que quedaba dormido y haciendo que se levantase como si el suelo ardiese
Cuando su vista se enfocó distinguió a su madre
arrodillada en la orilla con Thalassa entre sus brazos. Corrió hacia ella al
ver el color pálido de su piel, más bien corrió hacia ella aún viendo el color
pálido de su piel. Corriendo hincó una rodilla junto a ellas. Thalassa tenía los labios
morados, algo hinchados, su tacto era frio, demasiado frio. Ad y Amun se habían
colocado también junto a ellos.
-Está helada, rápido encended una hoguera-ordenó
Nina, los otros tres corrieron a cumplir la orden sin saber muy bien por qué,
quizás sus subconscientes aún tuviesen esperanza
Mientras ellos recogían todo lo necesario y e iban
preparando una hoguera, Nina intentaba despertarla. La llamaba por su nombre,
la zarandeaba, le pedía a gritos que volviese de dónde demonios se hubiese ido.
No se atrevió a tomarle el pulso. La mano de Ad, que había dejado de correr, se
apoyó en su hombro. Él la miró fijamente, con ojos cansados pero firmes, no iba
a despertar y ambos lo sabían. Un último adiós salió de los labios de su
hermano pequeño.
En algún lugar de alguna parte, los ecos de su
nombre resonaban. Alguien la llamaba. Veía, bueno, no veía, sentía, podía
sentir una corriente de algo puro, algo reconfortante y fuerte, que a
diferencia de ella, seguía unido a su cuerpo. Lo siguió, se agarró a él como
quien sube un precipicio con una cuerda, se zambulló en esa esencia como si se
lanzase a un rio, y como un rio esa esencia la hizo fluir hasta llegar a su
cuerpo.
Al principio fue como una visión, vio el lago, pero
no desde fuera, lo vio a través de este, surcó la enorme laguna en un momento,
como si cada gota de agua fuese un ojo, viendo toda clase de peces, rodeó el
castillo y voló hacia la superficie. Lo primero que vio fue la como la cara de
ilusión de Nina se transformaba en una mueca de asombro. Los ojos claros de Ad
la miraban inquisitivamente. Ella simplemente se lanzó a abrazarlos, lo último
que recordaba era la angustia del ahogamiento, y ahora estaba de nuevo con
ellos. Mientras los tenía entre sus brazos vio que los dos hermanos seguían
intentando encender una hoguera y ninguno la había visto; pero también vio otra
cosa, sus brazos, estaban pálidos. El silencioso abrazo terminó, y ella tocó su
piel, fría. Nina y Ad seguían mirándola atónitos. Y de repente creyó y temió comprender.
Corrió a la orilla y buscó su reflejo.
Y encontró
lo que buscaba, aunque no lo que deseaba. Ante ella se postraba una chica exactamente
igual que Thalassa, pero, sus ojos eran blancos, totalmente blancos, para
cuando se quiso dar cuenta se veía a través del agua. Esa chica idéntica a
ella, había perdido el color de piel, el rojo de sus labios ahora era de un
fúnebre morado, parecía muerta. El terror la inundó. ¿Desde cuándo no tomaba aire?, no se sentía respirar, ni la necesidad de ello.
Se lanzó a tomarse el pulso…..nada.
Chêt gritó su nombre mientras terminaba de encender
la hoguera, se giró y vio sus caras de absoluta alegría, y contempló el fuego
crepitar, tan caliente como siempre, pero de repente notó que algo perturbaba
el fuego, sintió la necesidad de apagarlo, y supo que algo los había
encontrado.
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